lunes, 29 de agosto de 2011

Reflexión sobre la crisis económica, política y social

Amigos, tengo que hacerlo. Tengo que escribir esto. Puede que sea demasiado precipitado, pero el tiempo apremia y en estos momentos me siento como invadido por un impulso irrefrenable que quizá quiera decir que en definitiva estoy preparado para exponer lo que tengo que compartir. No espero tener mucha difusión, otros mucho mejores que yo han publicado antes ideas más claras que las mías, sin éxito. Silenciados por el murmullo constante y desalentador de la sobreinformación, la persuasión y los gritos de la mentira directa y descarada, sus voces llegan débiles a destinatarios duros de oído. Pero siento que tengo la obligación de exponer las reflexiones a las que, solo o con ayuda de otros, he llegado en los últimos meses acerca de la situación político-económica, la crisis y el modelo social actual. 

I

No existe la democracia en España. Estamos encadenados a un sistema electoral basado en una ley injusta, que discrimina gravemente a los partidos minoritarios (ley D'Hondt) y que  permite sobre- e infrarrepresentaciones según la circunscripción en la que se vote. Esta ley electoral no se ha querido modificar, a pesar de informes poco favorables al respecto elaborados por diversos comités, como el consejo de estado. Hace poco el Presidente del Gobierno, José Luis Rodriguez Zapatero, expresaba en una entrevista hecha por miembros de Youtube su comprensión para con los españoles que defendían la necesidad de tal reforma, pero se escudaba en consideraciones de falta de consenso y otras dificultades para llevarla a cabo, como la necesidad de reformar la Constitución. Hace unos días, casi de puntillas, ese mismo presidente elaboró junto con el líder de la oposición una "propuesta relámpago" de ley que implicaba la reforma de la Carta Magna para imponer un techo de gasto del déficit en España, siguiendo como siempre las directrices de los grandes líderes europeos, que a su vez no son sino asalariados y emisarios de entidades no democráticas como el BCE, el FMI y los grandes poderes financieros europeos. Estos organismos son los mismos que han presionado y siguen presionando para que a Grecia no se le libere de ese garrote vil asfixiante al que ellos, con repugnante cinismo, se atreven a llamar rescate financiero.

¿Nos suena de algo todo esto? ¿Quién se acuerda de la clase de historia en 2º de Bachiller? Es innegable que, como en el siglo XIX,  estamos bajo el yugo de una dictadura de dos partidos los cuales, turnándose cada cierto tiempo, imponen sin temor a crítica o censura las leyes que mejor les parece, convencidos de que en los asuntos importantes, que son los económicos, están totalmente de acuerdo. Se ha erradicado el pucherazo al menos, dicen... ¡Y hasta en eso fallan! Por citar sólo algunos: listas cerradas con las que nos "cuelan" sus candidatos menos populares, nula posibilidad de referéndum - recordad que en Suiza ya llevan más de 300 en su historia democrática, nosotros hemos realizado 3, encima consultivos - disciplina de voto para los diputados, aunque tal cosa sea radicalmente anticonstitucional; no existe la democracia interna en los partidos, la corrupción campa a sus anchas... Yo me pregunto, amigos, ¿no sería más democrática la España del siglo XIX? ¿Qué diría nuestro Joaquín Costa, si levantara la cabeza? 

II 
Hemos avanzado mucho desde los tiempos en los que un noble podía partirle la crisma a un vasallo si lo creía necesario. Pero ahora corremos el riesgo de dar un paso atrás. La situación tras la segunda guerra mundial era de desplome de la economía en toda Europa. Los bancos y grandes empresas, mudos como el resto, no tenían capacidad de reacción. Fue entonces cuando se difundió, gracias entre otros a los miembros de la resistencia francesa, muchos de ellos comunistas, la necesidad de crear una seguridad social que diera cobertura y servicios  estatales necesarios como educación y sanidad. Este sistema tal y como lo conocemos ahora es genuinamente europeo, se basa en la equidad y la solidaridad y permite una distribución justa del dinero generado por el estado para ayudar a todo el mundo, en particular a las clases más desfavorecidas. Es este sistema el que corre ahora el mayor de los peligros, el sistema que depende de todos nosotros salvar y hacer más fuerte.

Amigos, no hago demagogia cuando digo que podemos lograr un mundo donde todos podamos obtener lo necesario para vivir dignamente y poder realizarnos como personas. No hago demagogia porque lo que pido no es una utopía, sino justicia social y como tal, un derecho innegable, supremo y sagrado. En épocas pasadas no se condenaba la esclavitud, e incluso el asesinato de un hombre podía permitirse, si la diferencia de posición entre el verdugo y la víctima era suficientemente grande. Ahora, habiendo progresado y mejorado, condenamos tales crímenes como execrables y la sociedad los repudia con fervor. Pero sigue habiendo en esta época crímenes que no se condenan, al igual que los anteriores quedaban impunes en la suya. Hoy, esclavos del dinero como en todas las demás épocas, los gobiernos y poderes públicos se rinden como deudores ante los grandes financieros, bancos, fondos de inversión y grandes empresarios. Las altas esferas del poder real que se ejerce sobre esta tierra no están en manos de todos, sino en las de unos pocos, no elegidos por nadie ni representantes de nadie. Ellos buscan su propio lucro, codiciosos hasta el vómito, tan avarientos como inmorales y despiadados con sus congéneres.

El poder eclesiástico, corrupto como en las demás épocas y renegando de las enseñanzas de Cristo, quien predicaba el amor al prójimo, la solidaridad y la fraternidad, el desprecio de las riquezas y la humildad, se alía una vez más con el poder establecido para mantener sujeta a la población, enriquecerse y, así, hacer rentables sus dogmas. Amigos míos, con tristeza os pregunto, ¿qué diría Cristo, si viviera para ver esto? ¿Tanta hipocresía, tanta inmoralidad y afán de lucro cabe en los pechos de estos prelados? Católicos que sois sinceros creyentes, yo me pregunto, ¿cómo podéis permitir semejante insulto a vuestra fe? Pensad, como Cristo se atrevió a pensar, revolucionario en su época, en los desmanes y miserias de aquellos en los que depositáis lo más sagrado que tiene el hombre, su espiritualidad. Sólo os pido, por favor, que os atreváis a pensar.

Tras una época de bonanza, los poderes económicos han aunado fuerzas, corrompido a la democracia y establecido su dominio sobre los partidos políticos, demasiado poco humanos como para evitar la tentación. Ahora ven una ocasión propicia para desatar su frenesí devorador y, sin esconder sus intenciones, radicales como nunca, manejan sus títeres para bombardearnos una y otra vez con el discurso único del ultraliberalismo. "¡El dinero es sagrado!" dicen, "¡Puede legislarse todo menos el mercado!" rugen voraces. "¡El estado tiene sus leyes, y el mercado las suyas propias!", claman contra viento y marea. Ellos piden libertad, sí, pero libertad para esclavizar a quienes puedan. Libertad para enriquecerse cada vez más, de la peor manera, sin ningún control que regule la compraventa de ninguna clase. Eso, amigos míos, no es libertad. O al menos, es una libertad similar a la libertad de esclavizar que proclamaría un patricio, a la libertad de asesinar que ensalzaría un inquisidor en nombre de la fe, a la libertad de conquistar que un señor feudal impondría a los vasallos incapaces de defenderse. ¿Es eso libertad? ¡Eso no es libertad, sino todo lo contrario, amigos, es abuso impune y vil! ¡Es la inmoralidad hecha institución, la opresión final del poder, de los poseedores frente a los desposeídos! Si creéis, amigos, que es libertad decidir negar el pan a un hambriento, negar el trabajo al campesino, negar el estudio a un niño, negar la salud al enfermo, entonces violáis el sagrado sentido de esa vilipendiada palabra, y la hacéis hueca y carente de sentido. La libertad no es tal si no va acompañada de solidaridad y justicia. ¿Acaso muestran algo de ello los grandes tiburones de la economía? ¡A despedir a 500 empleados lo llaman ser solvente, a embarcarse en inversiones ridículas cuyos fracasos luego pagarán sus empleados con su despido lo llaman ser emprendedor! ¿Acaso no es clara e inequívoca la tergiversación de los argumentos, el cinismo con que emplean tales términos? 

Y si tan claras son mis pruebas, yo me pregunto desalentado ¿por qué? amigos ¿por qué no reaccionamos?

III

Sé que mi reflexión es triste, pero quizás este apartado sea el más triste de todos. En él vengo a exponer las causas de la apatía de la sociedad frente a los inequívocos abusos de los mercados y sus secuaces políticos. Estas causas están, por un lado, relacionadas con nuestra historia reciente. Por otro, son el resultado calculado del tipo de sociedad de consumo en la que vivimos. Empezaré por éstas últimas.

Nosotros, la clase media, no somos sino proletarios disfrazados de propietarios. Preguntaos quiénes de vuestros abuelos trabajaban en las fábricas o el campo, y sabréis entonces cuál hubiera sido vuestro destino, sabréis a qué clase pertenecéis en realidad. Porque de un tiempo a esta parte nos hemos convertido en cómplices del macabro juego de los poderes económicos. Tenemos una o dos casas, uno o dos coches, ipod, ipad, móvil, una televisión, varios ordenadores, vacaciones, unos estudios universitarios, y cosas muchísimo más superfluas que nos hacen perder la conciencia de clase que deberíamos tener. Claro que podríamos combatir el sistema capitalista, pero la pregunta clave es, ¿a dónde nos llevaría? porque si todos retiráramos el dinero de los bancos al mismo tiempo, el sistema sucumbiría, pero con él desaparecerían todas las comodidades que hemos ido aceptando, algunos desde que nacimos, y que ahora nos hacen esclavos del sistema.

Por otro lado no podemos ser autosuficientes, o ello resulta en extremo difícil, ya que no controlamos los medios de producción. No ya por la especialización del trabajo, que es casi insuperable, sino por el simple hecho de que la mayoría de la población trabaja en sectores totalmente alejados de la producción de bienes de consumo. El sector terciario es dominante, y todos esos servicios poco o nada tienen que ver con la creación de productos de consumo, los cuales son en último término, la fuente primaria de la riqueza de un país.

Hablando de países quisiera referirme al nuestro, España, donde hemos arrastrado una losa histórica difícil de superar, y es la época fascista, que duró 40 años. Durante esa época, marcada en su mayor parte por una actitud liberal y de apoyo al sector privado, no se enseñó jamás a la población los fundamentos de una democracia sana, al contrario de lo que ocurre en países  como Francia, orgullosa de su libertad y férrea defensora de su democracia. Esa falta de educación democrática que sufrieron nuestros padres la estamos pagando nosotros, los hijos huérfanos de la democracia, a quienes se les bombardea desde la derecha con mensajes como que cualquier intromisión del estado en educación ha de ser necesariamente de carácter partidista y aprovechado. Resulta ridículo viniendo de quienes defienden una asignatura de religión que no sólo responde a los intereses de un sector muy concreto de la población, sino que además choca con el concepto de aconfesionalidad del Estado que dicta la Constitución. 

Y ahora que la cito, hablemos de nuestra Carta Magna. Elaborada durante nuestra INmodélica transición prácticamente con las manos atadas por la dictadura, es un ejemplo de concesiones y negociaciones entre quienes querían cambiar un poco y quienes no querían cambiar nada. ¡Es tan ridículo el papel de nuestra Constitución, unas veces blindada y otras veces zarandeada descuidadamente por nuestros políticos! Este último golpe viene a convertirla en papel mojado, pero la ausencia de sorpresa social revela en parte que tampoco debíamos esperarnos mucho de ella, al parecer... Clama al cielo que nosotros, quienes no la hemos ratificado, tampoco tengamos derecho a votar en referéndum sobre sus modificaciones, cuando encima vienen impuestas de fuera de nuestro país. La situación, en definitiva es bien triste.

Conclusión

El momento de alzarse aún no nos ha llegado, amigos, pero confío en que venga antes de que sea demasiado tarde. La necesidad y  las miserias que se contemplan ya en el horizonte han de azuzar el espíritu dormido y perezoso de ese poderoso toro que es el pueblo español, noble y bravo, valiente y capaz de los mayores actos de sacrificio en momentos de amenaza. Os pido sólo que penséis por un momento hacia dónde vais a dirigir vuestros pasos. La democracia, herida de gravedad, va a ser enterrada por la codicia y el orgullo, los peores de entre todos los pecados. Hay que actuar y enfrentarse a quienes quieren nuestro sufrimiento para enriquecerse a nuestra costa.

Amigos, no os dejéis engañar por lo que se os muestra a diario en los medios de persuasión, ni creáis que algo es cierto por haberlo oído repetir veintenas de veces. Sólo confío en que reflexionéis sobre lo que ocurre, examinéis a fondo los hechos y toméis una decisión. Ojalá este escrito sirva para impulsaros a ello.


2 comentarios:

  1. Esto parece un pozo sin fondo, cuanto más abajo menos se nos oye. Sin duda el origen de todo esto es la corrupción, porque se sabe cómo deben hacerse las cosas. No nos podemos hacer oír en las urnas, ni en los medios igualmente corrompidos que los partidos, y cada vez menos en la calle. Como siempre te he dicho, creo que para que esto se solucione tiene que estallar.

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  2. Hablas de conciencia de clase y cosas del estilo pero el ordenador desde el que escribes lo construyó el capitalismo. El capitalismo nos ha traído industria y desarrollo, nos ha traído paz y libertad, nos ha traído progreso tecnológico y científico (las facturas de los investigadores las paga el capitalismo). El fascismo y el comunismo solo han traído muerte. Ahí están los ejemplos.

    La socialdemocracia actual pretendía combinar lo mejor del capitalismo y del comunismo, pero ha fallado. Quizá no haya tomado las mejores características de cada uno, sino que haya combinado lo peor de los dos.

    Por otra parte, lo que escribes sobre la constitución y España es cierto, pero eso de que el pueblo español es bravo y noble es cosa del pasado y por eso precisamente la situación no cambiará.

    El problema no está en el capitalismo o el liberalismo, el problema está en la avaricia de unos pocos (y sí, algunos de ellos se hacen llamar cristianos). Esperemos que este problema se pueda subsanar, aunque no sé si con legislar será suficiente...

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